Sueño profundo

 Una noche la gente que dormía empezó a hundirse en la tierra, tan profundo como su soñar. 

Se rompían las camas, colchones y tablas y a pesar del estruendo tan espantoso nadie se despertaba.

Se rompían las baldosas de los pisos, el suelo de concreto y los cimientos de las casas, y la tierra, agobiada por el peso de los durmientes, les abría paso como si fueran un proyectil de hierro perforando la blanda carne del planeta.

Los durmientes despertaban, eventualmente, para descubrirse solos en el fondo de sus pozos. Menos yo, que siempre he sufrido de insomnio, y por un instante de aquella fatídica mañana, fui el dueño indiscutible del mundo.

Bailé, reí, salté, y me burlé, desde el borde de sus prisiones, de todos aquellos que me habían menospreciado. 

Hasta que agotado por tanta actividad, cerré brevemente los ojos a media mañana.


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