¿Y tú, por qué escribes?

 

Se escribe cuando no hay quién escuche.


Se escribe como cuando se deja una huella en la arena de una playa solitaria: con la secreta esperanza de que alguién después la encuentre y diga "aquí hubo otro que sintió como yo".




Como un enorme museo, la realidad nos ofrece, generosa, infinitas perspectivas y temas para nuestro embeleso; pero al igual que este, nos cobra con la crueldad de imponer un horario estricto de entrada y salida de sus galerías.


Hay unos que corremos alocadamente de una obra a la siguiente, con la esperanza infantil de lograr verlo todo en una sola visita. Otros, calmados, se dedican a deshojar sus minutos frente a una única pieza, indiferentes a todo lo demás. ¿Con qué autoridad juzgar cuál es la estrategia correcta?

Y como si no fuera suficiente exigencia, no nos podemos resistir a la tentación de dejar algo atrás: una marca, un comentario, un garabato, destinado a ahogarse en en la avalancha de experiencias del río humano, pero aún así, el impulso persiste.

 ¿Y tú, por qué escribes?

 

 

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